Comentario
El asunto de la conversión al paganismo o de la apostasía de Juliano se ha desorbitado bastante. Algunos estudiosos mantienen que no fue sinceramente cristiano nunca, en gran parte por rechazo hacia Constancio y su religión (Martha). Otros autores le atribuyen unas fuertes convicciones cristianas durante sus primeros años, de modo que su ruptura con el cristianismo habría sido el resultado de una crisis religiosa (Bidez, Festugière). También se ha intentado explicar su apostasía por la mala formación teológica recibida, atribuyéndola al hecho de ser arrianos los preceptores a los que Constancio lo había encomendado (Allard, Riciotti). En el fondo de muchos estudios se percibe el interés por comprender esta extraña decisión de Juliano. En nuestra opinión, nada tiene de extraño que Juliano o cualquier otro contemporáneo suyo educado en un ambiente cristiano, pudiera posteriormente hacerse pagano. El cristianismo no era aún una religión totalmente implantada en Oriente y, menos aún, en Occidente. Desde la época en que se produjo claramente el acercamiento de Constantino a la Iglesia, hasta el momento en que Juliano se convirtió al paganismo, apenas habrían pasado treinta años. Durante este período el paganismo pudo ser oficialmente relegado, pero era muy poco tiempo para desarraigar una religión de siglos.
Pese a su actitud política de defensa del tradicionalismo romano, Juliano es sobre todo un oriental, un helenista, tanto en el aspecto cultural como en el religioso. Sus reflexiones religiosas -de las que sus obras nos informan abundantemente- se inspiraron directamente en los "Libros Herméticos", compendio del paganismo neoplatónico tardío, aunque los autores que han estudiado profundamente las obras religiosas de Juliano coinciden en que hay en ellas elementos filosóficos que son aportaciones del propio Juliano. De sus obras se desprende que las relaciones entre el Dios Supremo y el Sol son similares a las que contemplaban los cristianos de su tiempo entre Dios Padre e Hijo. El Dios Supremo ha creado a Helios (Sol) con su propia substancia, por tanto Helios es semejante y consubstancial al Dios Creador. Helios es un demiurgo o mediador entre el Dios Creador y la creación. Así, es Helios quien ha orientado la colonización griega, a través de su oráculo en Delfos, y la fundación de Roma con su esplendor también son obra suya. Helios es generalmente identificado con Apolo y, a veces, con Mithra, Marte, Serapis y Júpiter, aunque tal vez se trate de diferentes manifestaciones del Sol.
Uno de los rasgos de la religiosidad de Juliano que más pábulo ha dado a los ataques verbales de los cristianos fue seguramente su afición a los cultos mágicos. Esta afición pudo deberse a la influencia que sobre Juliano tuvieron Prisco y, sobre todo, Máximo de Éfeso. Este extraño personaje que, probablemente con razón, ha sido presentado como uno de los mayores charlatanes de todos los tiempos, inició a Juliano, en torno al 352, en no se sabe qué misterios de Hécate (según Piganiol) o de Mithra (según Bidez) en el interior de una gruta atestada de fantasmas.
La actitud de Juliano respecto al cristianismo fue inicialmente de tolerancia. En realidad se limitó a proclamar la libertad de culto ofrecido a los dioses paganos, anulando las disposiciones de Constancio sobre la prohibición de sacrificar a los dioses y abriendo los antiguos templos clausurados. Más aún, sabemos por Amiano que Juliano reunió en su palacio de Constantinopla a los jefes de las dos iglesias divididas (arriano y católico) y les exhortó a que solventaran sus querellas y se reconciliaran.
Pese a las pretensiones de tolerancia de Juliano, pronto se comprobó que el deseo de venganza de los paganos por las humillaciones sufridas y la intransigencia de los cristianos no iban a hacer viable una convivencia sin problemas. Así, se sucedió una serie de arreglos de cuentas y desórdenes graves: el obispo arriano Jorge fue muerto en Alejandría con otros dos funcionarios cristianos. Sabemos de un obispo de Aretusa que destruyó un templo pagano y fue condenado a reconstruirlo; como se negara a hacerlo fue entregado a la población, que le castigó con dureza.
Como era previsible, la Iglesia perdió muchas de las ventajas que había logrado de Constantino y Constancio: se suprimió la jurisdicción episcopal en materia de delitos civiles, se restituyó a las curias de las ciudades a los curiales que habían escapado de ellas para hacerse clérigos y cesaron las generosidades económicas que se habían iniciado con Constantino.
En junio del 362 Juliano promulgó la famosa ley de enseñanza, en virtud de la cual los profesores de gramática, retórica y filosofía serían en adelante nombrados por el poder central, previa propuesta de los municipios que atestiguaran la moralidad del candidato. Esta ley siguió en vigor bajo los sucesores de Juliano, con la diferencia de que los candidatos en vez de ser preferiblemente paganos, serían cristianos. Juliano explica en una carta las razones que le habían impulsado a tomar tal decisión: "Homero, Hesíodo, Demóstenes, Heródoto, Tucídides... ¿es que no creían que los dioses eran los guías de toda educación? Yo encuentro absurdo que el que comente sus obras desprecie a los dioses que ellos honraron. No obstante, y por absurda que me parezca esa inconsecuencia, no exijo de los educadores de la juventud que cambien de opinión, sino que les dejo elegir: o que dejan de enseñar lo que no toman en serio o bien, si quieren continuar sus lecciones, que prediquen primero con el ejemplo...".
Es verdad que, a partir de esta fecha, la actitud de Juliano hacia los cristianos se tornó menos benevolente. Un ejemplo característico de estas agrias relaciones es el castigo que aplico a Cesarea de Capadocia, donde los templos paganos habían sido destruidos. Como represalia, Juliano la borró de la lista de ciudades y le devolvió su antiguo nombre de Mazaca. Además, enroló en el ejército a los clérigos de esta ciudad y le impuso una multa de 300 libras de oro.
Sócrates dice que excluyó a los cristianos de la guardia pretoriana y del gobierno de las provincias ya que su propia ley, decía, les prohibía usar la espada.
Gregorio de Nazianzo afirma que Juliano persiguió a los cristianos -idea que se ha propalado entre algunos historiadores contemporáneos-. Excepto la opinión de Gregorio, que además era un encarnizado enemigo de Juliano y nada imparcial, no poseemos ninguna otra noticia. Incluso otro escritor cristiano, nada sospechoso de simpatías por Juliano, Sócrates, lo confirma: "Juliano rechazó la crueldad de la época de Diocleciano, sin dejar por ello de perseguirnos; pero yo llamo persecución al hecho de inquietar de alguna manera a las gentes de paz". Si hemos de creer a Libanio, algunas de estas gentes de paz habrían sido autores del complot que acabó con la vida del emperador.
En los veinte meses que duró el gobierno de Juliano se puso de manifiesto la imposibilidad de convivencia pacífica entre estas dos religiones. Después de la muerte de Juliano no volvió a haber ningún otro emperador pagano, por lo que su efímero mandato fue la última oportunidad del paganismo; un paganismo que, por otra parte, no había logrado fortalecerse suficientemente, pues el proyecto de Juliano de reorganizar el clero pagano -tal vez la tarea más necesaria- inspirándose en opinión de Labriolle en la organización eclesiástica, no pudo llevarse a cabo antes de la muerte del emperador.